TODOS SORDOS
Volveríamos al homo erectus, pero ellos no lo piensan. Son los introvertidos a ultranza a los que yo, por rebote, detesto.
Los que somos expresivos y no hemos necesitado de un curso “Dalie Carneglie” para entablar una conversación, sufrimos la permanente amonestación de los burros serios.
Haces reír a alguien, casi siempre sin querer, a costa de otro y te dice el Pepito Grillo de turno:
-Si vieras la cara que puso Pepe. Te deberías de haber callado
-¡Glup!
No digamos si, para defender a otro, atacas a uno:
-Si vieras la cara que puso Pepe. Te deberías de haber callado
-¡Glup!
Son los que el día que hablan parece que han descubierto la filosofía aristotélica. Van y dicen con toda solemnidad:
-Yo soy dueño de mis silencios, para no ser esclavo de mis palabras
O seáse que todos mudos y así tan felices. Pues no. Y además como yo sigo siendo esclavo de mis palabras me pongo las cadenas para ciscarme en todos los difuntos de los muditos voluntarios.
Además digo todo esto porque me duele en el alma sentirme culpable cuando algún calladito ante una apreciación mía sobre una presumible mala cara pretérita te dice:
-¡Si yo te contara!
-¡Pues cuenta, coño!
¿Es tan difícil comprender que si todos fuésemos dueños de nuestros silencios habría un mundo de ricos mudos?
Y que no me vengan los muditos con aquello de la impotencia expresiva. Nadie regala nada. Hay que esforzarse por conseguirlo.
-Cuando el amor me hizo señas
-Todo entero me encendí
-Y a fuerza de ser callado
-Callado me consumí
Me alegro un montón
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