MUCHAS CUERDAS PARA UN VIOLÍN
Los que critican negativamente a la industria farmacéutica son unos memos. ¿Qué habría dado, en el siglo XV, un aquejado de dolor de muelas por un analgésico o un anestésico antes de que el barbero de turno le extrajese la pieza dental con unas tenazas?.
El avance farmacológico, además de calidad de vida, ha conseguido que la longevidad de los seres humanos haya alcanzado, en la actualidad, unas cotas impensables hace tan sólo cien años. Pero, como no todo el monte es orégano, la moneda tiene su cruz.
En los albores de este siglo se está produciendo un fenómeno social inédito. Este inusual hecho consiste en la convivencia de hasta cuatro generaciones. Viven bisabuelos, abuelos, hijos y nietos y aunque nos inventemos el adagio tan bonito de agregar vida a los años y no su viceversa, la sociedad está traumatizada. Imaginemos al individuo medio generacional de cincuenta años. Esta persona ha de cuidar de hijos, padres y en muchas ocasiones de nietos. Como este cuidado lleva implícito el ímprobo trabajo, ya que a esta edad es, prácticamente, el único prototipo que cotiza de las cuatro generaciones, ¿cómo se las arregla?.
De ahí que nos estemos deshumanizando y los extremos del espectro vital que son los niños y los viejos cada vez estén más alejados del calor familiar. Hoy día son negocio las guarderías y los asilos, llamados eufemísticamente residencias de la tercera edad.
Queda la etnia gitana y alguna madre (siempre la mujer) que lo lleva todo por delante. Figura ante la que servidor se quita el sombrero.
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