OLORES
Tengo un amigo tabernero que me dio, hace unos días, una lección de márketing. Le recriminé que su bar estuviera alfombrado de conchas de caracoles y cabezas de gambas. Me dijo que eso atraía al cliente; le daba sensación de que los que les habían precedido salieron satisfechos por la exquisitez del producto y su elaboración
-Y además deja un olorcillo peculiar que atrae a la gente
Me he acordado de esto viendo en un noticiero de la TV que una empresa, japonesa por supuesto, ha creado unos pulverizadores para esparcirlos por los establecimientos según a lo que se dediquen éstos.
Si se trata de una zapatería debe imperar el olor a cuero nuevo. Si es una imprenta a tinta y si se trata de una farmacia a productos balsámicos.
Es como la asociación neuronal de los colores y el sabor. A ningún farmacéutico se le ocurre elaborar un jarabe de color verde con sabor a fresa.
La cocina, emparentada con la farmacia galénica, es igual. Hay merluzas en salsa verde que no llevan perejil y su color se debe al agua que se le agrega, en la que se han hervido previamente unas espinacas.
Esto de los olores ya se intentó hace tiempo con el cine odorífico y fracasó. Lo probaron en un cine chicano con la película “Desayuno con diamantes”, finísimo film con Audrey Hepburn de bella protagonista. La mala fortuna consistió en que la sala de proyección estaba cercana a un restaurante mexicano en donde la especialidad eran los frijoles picantes.
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