TECNOLOGÍA PUTA
Hace unos días fui invitado a un Simposio y me alojaron en un hotel de cinco estrellas recién inaugurado. No sé, pero lo agradezco, por qué fui tratado de forma tan VIP. Tanto es así que cuando el autobús, que nos había recogido en el aeropuerto, se paró en el primer y magnífico hotel, cuando me disponía a bajar una amable azafata me paró junto a dos más para decirnos que nuestro destino era el lujosísimo hotel al que hago referencia.
Como era mediodía sólo dejé la maleta, y salí de nuevo a una comida concertada. No volví hasta media tarde para ducharme y cambiarme de ropa.
Aquí empezó el calvario. Observé con detenimiento el maravilloso cuarto de baño. Era un salón turco. Tenía todos los sanitarios que pensar se pueda. La bañera digna de un sultán y con un cuadro de mandos que no se le supone a un Boeing.
Mirando y mirando decidí meterme en la cápsula-ducha-masaje. ¡Nunca lo hiciera!. Una vez dentro, y debidamente cerrada, no sabía a qué botón darle para que saliese, por dónde debía, la bendita agua limpiadora.
Por fin acerté con algo, quizás le di con el codo, y el caso es que comenzaron a salir chorros paralelos de agua que regaban mi cuerpo. ¡Qué placer!. Pero el agua comenzó a subir de temperatura y mi cuerpo a escaldarse. ¿En qué tecla, Dios mío, habría de dar para que aquello cesase o bajase de temperatura?
Quise abrir la cápsula pero mis manos enjabonadas no acertaban a hacerlo. Pensé en morir escaldado y rojo como un salmonete pero me dio vergüenza por mis deudos.
Logré pegar un empujón, saltó el semicilindro que me tenía atrapado, salí disparado y resbalando con el jabón hasta la puerta del minibar contra el que di un cabezazo. Al levantarme me apoyé en el mando a distancia de la TV y de esta salió una dulce voz que dijo: “Bienvenido a nuestro Hotel, señor Caballero”
.
0 comentarios