HÉROES
Si me doy un martillazo en un dedo suelo decir: ¡Coño! Lo que no deja de ser una pecaminosa picardía. Hay veces, por hacerme mejor persona, que me domino, y callo; entonces me considero un niño bueno.
Ahora estoy intentando manejar los reflejos espirituales para que cuando me machaque el dedo exclame: “¡Bendita sea tu pureza Señora!”. Quiero ser heroico aunque sé que no lo conseguiré.
Actualmente los predicadores de púlpito están siendo sustituidos por bondadosos conocidos que utilizan sus mensajes por Internet. Ayer me llegó uno muy bonito. Decía que si ponemos en contacto con agua hirviendo un huevo, una zanahoria y unos granos de café el primero pasa, de su inicial ternura, a convertirse en un objeto duro e inflexible.
La zanahoria, de tersa, en debilucha y frágil, pero, ¡oh!, el café había “convertido” a la abrasiva agua hirviente en una aromática infusión.
Terminaba, mi internauta, diciendo que yo fuese como el café. Por eso estoy intentando acercarme al heroísmo como decía al principio y cuando lo consiga amaré a tanto hijo de puta que hay por ahí suelto.
No protestaré ante ninguna injusticia. Pondré siempre la otra mejilla y dejaré bondadosamente que se me cuelen en la cola del autobús.
Sólo pregunto: ¿Quién paga estos actos de heroísmo?. O, en su defecto, ¿en qué oficina ponen la medalla al héroe cotidiano?
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