YO, EL IDIOTA
Los niños pequeños son idiotas. Locos pequeñitos, que dijo el genial Jardiel. No es una calificación insultante. Quiero decir que padecen de idiocia. Esta patología mental hay quien no la supera nunca ni con Fósforo Ferrero, pero lo habitual es que con la evolución cerebral y la educación se cure.
Una de las manifestaciones más claras de la idiotez es la indefinición de las cosas. El nene dice: “Ame eto” queriendo que se le interprete como “Dame esto” y suelen ayudar señalando digitalmente el objeto deseado.
Yo, desgraciadamente, tengo que tratar con adultos que siguen diciendo lo mismo para definir un vaso, un llavero o una prenda de vestir.
Me da coraje porque al amar tanto la palabra y sus innumerables sinónimos he procurado, a veces rayando la cursilería, hablar con propiedad. Decía Juan Ramón Jiménez: “Intelijencia dame el nombre de las cosas”.
Pues después de tanto esfuerzo y saber que aprensión o hipocondría son lo mismo y que un objeto no está en una mesa sino sobre ella o dentro de ella, un cajón por ejemplo, he vuelto a hablar como un idiota.
Tengo problemas con el ordenador casi todos los días y llamo a un enterado que dice, para tranquilizarme que él también los tiene. La conversación telefónica transcurre por mi parte como la de un descerebrado total.
¿Te refieres a que pinche un cuadradito que está arriba?
-Sí
¿En qué parte de arriba?. ¿Será una cosa redonda con dos colores?
-No, más abajo
¿Más debajo de arriba o donde pone un recuadro farforteist?
-Al otro lado
-Pero de la pantalla o del cacharro
-No. Del aparato en el que parpadea una luz
He vuelto a mi más tierna idiocia infantil desdiciendo a Thaillard de Chardin
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