DÍME LO QUE PIENSAS
Decía Yupanqui: “Le tengo miedo al silencio por lo mucho que perdí/que no se quede callado quién quiera vivir feliz”.
Mi natural extraversión de la verdad ( sinceridad selectiva, por supuesto) está motivada en el deseo de recibir de mi interlocutor un trato igual. No se trata del cotilleo por el cotilleo. ¿Sabes quién ha colocado a ese?. ¿Te imaginas de dónde ha sacado el dinero para el pedazo de oficina que ha montado?. ¿De cuántos meses está la del segundo?. ¡No!
Hay algo que me pone especialmente irritado; la noticia del mendigo al que yo, dolido y sintiéndome culpable, le he dado un mísero euro, y del que he leído, posteriormente en la prensa, que tras su muerte se le ha encontrado doscientos mil euros en billetes debajo del colchón.
Pongo este caso patológico porque lo considero como un claro ejemplo de lo que quiero escribir. El que no quiere, en su vida personal, aclaraciones por parte de nadie, es un insensible, patológico también, o ha vivido poco.
Yo me he pasado media vida asistiendo y viviendo foros en el que todo de convierte en una “tete a tete” tenso, silencioso y pragmático. Si alguien abre la conversación es para decir una mentira grande y ¡guárdese! el inocente que rompe el hielo diciendo una verdad o `parte de ella porque puede asegurarse el fracaso laboral.
Si después de lo escrito alguien me dice que no necesita tener un entorno amistoso o familiar en el que pueda abrir su más recóndita conciencia y recibir, consecuentemente, lo mismo lo encomendaré a San Juan Autista y bendito sea.
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