PERDIMOS LA FE

 

         Lo cuento tal cual por su actualidad. Voy por la calle y me sale al paso un hombre de mediana edad con un peto amarillo que pone: “Haití”. Me insta a que deposite un donativo en la lata-hucha que porta en la mano cuya etiqueta luce el mismo nombre de la isla atormentada.

         Pienso en décimas de segundo: Mi parvo donativo, ¿hasta dónde y en qué proporción llegará a los pobres haitianos?. ¿Tendré muy mala leche si pienso que el individuo del peto puede, al final de la jornada, sacar el abrelatas del cajón de la cocina y quedarse con la “yesca” incluso convencido que él está más afectado por el paro que la negrita sedienta y coja de la isla caribeña?

         ¿Por qué hay tantas ONGs haciendo lo mismo?. ¿Por qué no se refunden en una sola y así nuestros donativos no se dispersan, se concentran y eliminamos gastos comunes como revistas, campañas de publicidad, comerciales, directivos  y demás?

         Porque si lo hiciéramos eliminaríamos muchos puestos de trabajo y muchos cargos de ilustre representación (remunerados o no) y la cosa está muy mala hijo mío. (dixit Chiquito)

         ¿Pepes y Josés sin Fronteras?. ¿Tonis y Antonios sin Fronteras?. ¿No son los mismos?.

         De los pocos euros que introduje en la lata, dejando atrás el mal pensamiento ¿Cuánto le llega al haitiano que lleva días sentado en una piedra esperando el santo advenimiento?

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