PDD: PARA DEFECAR DIFUNTOS
El boticario ha de estar en constante vigilia. Lo atacan desde muchos frentes. La receta que los médicos llaman de complacencia es una “chuminá” comparada con las permanentes peticiones que el farmacéutico recibe para dar medicamentos que, incluso con receta, no deben dispensarse
-Esta receta no te la dispenso
-¿Y eso como va sé?
-Porque la otra es igual
-Don José…, ¡que servidora sabe leé y no pone lo mesmo!
Se trata en este caso de dos medicamentos con la misma indicación: antiagregantes plaquetarios.
-Pá que la sangre esté menos gorda, ¿verdá?
-Exactamente
Don José sabe el por qué de esta doble prescripción que puede entrar en el terreno de la complacencia. La diferencia entre los dos fármacos está en el desproporcionado precio de uno y otro. Uno barato y el otro muy caro. El boticario lo que sí hace, porque su madre lo parió así, es dispensar el más barato.
Esto es sólo un ejemplo de la lucha permanente del farmacéutico con lo que la gente cree que es la dispensación
-No te quejes Pepe. Coges una cajita del estante, le quitas el cartoncito y… ¡a cobrar!
Frases como esta ponen mentalmente, por parte de Don José, defecados hasta las trancas a los difuntos más recientes de su emisor. Lo más frecuente en el día a día de la Farmacia son las peticiones de fármacos sin receta. Medicamentos que el boticario sabe perfectamente que en un momento dado debían darse aun sin el requisito de la prescripción. Bien sea por la hora, el conocimiento de la dolencia crónica o porque, lo más probable es que al día siguiente venga el peticionario con lo pedido escrito en una receta y con una cara sibilina.
En esto, y dada la época a la que nos encaramos, se llevan la palma los antibióticos. Don José en la mal llamada automedicación tiene cierta cintura y flexibilidad. Sin embargo en lo que no la tiene es en la incongruencia de unos políticos que no han estudiado en ninguna facultad sanitaria y ni siquiera sus tribuletes del gabinete le ponen el extracto de los numerosos suplementos de salud que enriquecen a casi todos los periódicos españoles. Como Concha lo fuma en pipa y lleva las del beri le ha faltado poco tiempo para preguntarle a Don José:
-¿Cuándo venga la niña, de quien yo me sé, pá que le dé usté la pastilla der día despué…?. Aquí no va a tené usté más carsone que tragá
El boticario ha de aceptar a regañadientes, e “in péctore”, que Concha lleva razón; lo que no sabe es que él es proclive a la regulación de la natalidad pero no entiende la inconsecuencia de que se pueda dar, y lo piensa siempre desde el punto de vista farmacológico, un medicamento hormonal sin receta y no un antitusígeno que lleve una ínfima porción de codeína.
-Pues lo aceptaré siempre que antes pueda informar a la peticionaria de lo que se lleva y preguntarle hasta el número que calza
-Pó va tené usté que oí más embuste que en el Ayuntamiento
-Ya sabré hacer bien el interrogatorio
-Pó estudie usté también pá polisía
-Todo se andará
-¿Y sin cobrá…?
-Exactamente
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josele -
Un estudiante de leyes; se presentó a un boticario; con una píldora oscura; de diminuto tamaño. Señor Angulo, le dijo; aquí esta píldora traigo; para que usted cuya ciencia; es notoria en todo el barrio; la analice exactamente; y me diga el resultado. El farmaceútico Angulo; gloria de los boticarios; por sus teorías de leyes; y sus hechos de hombre sabio; se caló las antiparras; alargó la diestra mano; tomó la píldora al peso; la estuvo oliendo y mirando; se la pasó por la lengua; y dijo al cabo de un rato; ¡parece mierda!; yo no sé, señor Angulo; sólo sé que ayer me la saqué; ¿ayer? ¿de donde?; ¡ del culo!