EL PELOTAZO
No hago referencia, con este título, al caso Malaya y demás parientes y afectos sino a un pelotazo que me pegaron ayer en pleno colodrilllo.
Iba por una calle peatonal y céntrica cuando divisé a un chaval de unos diez años pegándole patadas a un balón de plástico. Pasé junto a él y una vez superado recibí el pelotazo aludido.
Creerán que escribo esto en tono de queja y es todo lo contrario: ¡me alborocé!. Un crío de una gran ciudad jugando a la pelota en la calle: ¡milagro!. ¡Qué alegría!.
¿Será que estamos volviendo a la normalidad?. Benditos padres que le han regalado un balón y no una play, un móvil o un ordenador.
Nunca he recibido un pelotazo con mayor alegría. Este niño será un adolescente normal con amigos físicos y no virtuales. Será sociable, reirá, se peleará físicamente y, en definitiva, nos abrirá un nuevo espacio humano.
Cuando vuelva al colegio, tras las vacaciones, a lo mejor se encuentra con otro en el recreo que quiera pelotear con él y ambos sirvan de ejemplo a los tristes de la pérgola que estarán enviando SMS a sus amiguitos de Chiquitistán.
Este niño, de mayor, cuando hable de pelotazos se referirá al fútbol y no a los políticos inventores del pelotazo, en este caso no virtual, sino real.
Estos son los pelotazos que me gustan. Los únicos que he dado y daré en mi vida.
¡Dios te bendiga chaval!, Felices Reyes Magos.
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